En estos días penosos, donde el escándalo y la podredumbre salpican los aledaños de las más graves instituciones, evidenciando, con inopinada fuerza, el desamparo y la fragilidad de las estructuras ciudadanas, surgen momentos en los que merece la pena recordar, por su fulgor y sensatez, el sentido último de las palabras roussonianas acerca del contrato social: “Lo que hace la constitución de un Estado verdaderamente sólida y duradera es que la conveniencia sea totalmente observada, que las relaciones naturales y las leyes coincidan en los mismos puntos y que éstas no hagan, por decirlo así, sino asegurar, acompañar, rectificar a las otras. Mas si el legislador, equivocándose en un objeto, toma un principio diferente del que nace de la naturaleza de las cosas, si uno tiende a la servidumbre y otro a la libertad, uno a las riquezas y otro a la población, uno a la paz y otro a las conquistas, se verá que las leyes se debilitan insensiblemente, la constitución se altera y el Estado no dejará de verse agitado, hasta que sea destruido o cambiado y hasta que la invencible Naturaleza haya recobrado su imperio”.
Es importante y necesario que, con el ánimo y la palabra, defendamos las victorias sociales alcanzadas. No podemos, no debemos permitir que singulares descarriados empañen el futuro de todos. La consagración de la mentira se combate con la palabra y nuestra libertad con el entusiasmo eclosivo y generoso. ¡Ha llegado el momento de poner voz a nuestra fuerza!
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