Sísifo, en su dramática tribulación de eterno retorno, puede ejemplificar acertadamente el ánimo que hoy abruma a cualquier sociedad ciudadana. Extremadura, por ejemplo. Sea cual sea la cumbre de felicidad perseguida, la dicha o meta que pretendamos, siempre habrá un antes, esperanzado y digno de acometer con el mayor esfuerzo, y un después, angustioso, para el que sólo cabe la más íntima renuncia, asumiendo como inevitable la tarea de volver a empezar.
Mientras empujamos la pesada carga, no sólo nos alienta y fortalece la visión ideal de la meta ansiada, sino que además nos invade la confianza y el entusiasmo que hará posible la tarea sobrehumana. A pesar del ardor invertido, lograremos alcanzar la cima: es nuestro porvenir el que nos alienta y condiciona nuestro presente. Presente que se esfuma al instante una vez alcanzada la cumbre y que, transformándose en pasado, nos precipita hacia un trágico futuro, que sólo nos deparará nuevos esfuerzos y trabajos. ¿Romperemos el dramático ciclo? ¿Conseguiremos construir con esfuerzo algo que no arruinen los nefastos hados? ¡Ánimo! ¡Es necesario que luchemos y venzamos el desapego!
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