PODRÍA parecer que no, pero con los tiempos que corren, frenéticos e imparables, bien merece la pena recuperar en la memoria la rotunda declaración pronunciada por Simone Weil, aquella joven filósofa, anarquista y apasionada defensora de los principios directrices para con el ser humano: “Las necesidades del ser humano son sagradas. Su satisfacción no puede estar subordinada ni a la razón de Estado, ni a ninguna consideración, ya sea de dinero, de raza, de color, ni al valor moral u otro atribuido a la persona considerada, ni a ninguna condición, cualquiera que sea. El único límite legítimo a la satisfacción de las necesidades de un ser humano determinado es el que asignan la necesidad global y las necesidades de otros seres humanos. El límite sólo es legítimo si las necesidades de todos los seres humanos reciben el mismo grado de atención”.
Es el destilado de sus Escritos de Londres y últimas cartas (diciembre 1942 - abril 1943) en los que febrilmente trabaja después de su ingreso en el hospital, para morir unos meses después de tuberculosis.
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