ESTE primer cuatrimestre de 2018 hemos presenciado, para nuestra ignominia y desventura, el momento más triste y álgido
de una situación que venimos padeciendo desde hace ya no pocos años: el ónfalo de la corrupción política y de gobierno, singular e institucional, ha estallado por fin, salpicando de heces a propios y extraños, personas, instituciones, símbolos e imágenes, creencias y apariencias; en definitiva, de todo aquello que pensábamos que era sólido e intocable.
El asunto ‘Cifuentes’ y su fétido contexto nos ha dejado sin palabras y con un infinito desasosiego y desorientación. ¿Cómo administraremos nuestra minuciosa y dedicada labor diaria al buen hacer, la lucha contra los innumerables vicios y debilidades que se nos enfrentan, nuestras graves carencias y dependencias, si los que dicen representarnos y nos gobiernan, mienten y engañan, no cumplen con lo que prometen y descomponen los principios directores de todo contrato social?
En palabras acertadas de Javier Pérez Royo, «El Máster de Cristina Cifuentes ha sido la expresión de una corrupción institucional de alcance general. Por las personas e instituciones implicadas y porque desnaturaliza el derecho a la educación, que constituye, juntamente con el derecho a recibir información y el derecho de participación, la tríada definidora de la ciudadanía y, por tanto, de la igualdad constitucional.
El derecho a la educación es, además el vehículo institucionalizado del principio de ‘mérito y capacidad’, que, desde el Preámbulo de la Constitución Francesa de 1791, es lo que diferencia la sociedad del ‘Antiguo Régimen’, constituida en torno a la categoría de ‘privilegio’, de la sociedad del Estado Constitucional, constituida en torno al principio de ‘igualdad’». (El diario.es, 26 de abril, 2018).
¡QUE LOS DIOSES NOS AYUDEN!