Cuenta el mito que Zeus encargó a Prometeo (el que piensa antes) repartir bienes y dones entre todos los seres vivientes. Por razones no aclaradas, el Titán delegó este deber en su negligente hermano Epimeteo (el que piensa después), quien se ocupó del asunto con presteza y entusiasmo, cumpliendo bien, en general, con la encomienda. Otorgó plumas a las aves y escamas a los peces y fue dejando las cosas tal como hoy las encontramos en nuestro diario devenir; pero se olvidó del ser humano en el reparto. El desaguisado tuvo que arreglarlo su audaz hermano Prometeo, robando del Olimpo el fuego sagrado y con la finalidad de dotarle de un instrumento útil y apropiado con el que defenderse y progresar en la vida.
Los dos hermanos, en realidad, representan las dos facetas que coexisten en cada ser humano: una de ellas, como Epimeteo, olvidadiza y torpe, brutal, salvaje, incapaz de pensar antes de actuar; estúpida, mansa, obediente y ovina. La otra faceta, cual Prometeo, representa la capacidad para planificar y prever el futuro, así como el criterio para subordinar lo bestial a la inteligencia y al espíritu; la decisión de rebelarse contra la obediencia estulta y la valentía y determinación para construir algo duradero que resista los embates del tiempo.
El mito plasma con crudeza y ejemplaridad la tortura a la que Zeus sometió a Prometeo al atarlo a una piedra del Cáucaso para que soportara cada noche el dolor causado por el águila devorando su hígado, el cual veía regenerarse milagrosamente cada mañana. Prometeo, robó el fuego de los dioses artesanos, Atenea y Hefesto, para darle al hombre la capacidad de pensar antes, para servirse de él en la vida, construir útiles, entenderse con los demás y, a partir de ese fuego, crecer en sabiduría y virtud, pagando a cambio el precio inevitable del sufrimiento y del dolor.
Cuando comprendemos algo o descubrimos una verdad ya es imposible volver atrás y consolarse con las viejas mentiras o las ilusiones rotas. La verdad nos hace libres; la sabiduría generadora de luz nos liberará de la oscuridad de los prejuicios y de la ignorancia. La ceguera epimeteica es originaria, pero, cuando el Prometeo que habita en cada uno de nosotros mata su parte estúpida y bestial, se inicia inevitablemente un proceso hacia la luz que no tiene retorno. ¡Disfrutemos de la democracia! ¡Ante las dificultades vitales y sociales reforcemos nuestra conciencia y sabiduría! ¡Hasta que Heracles nos libere matando al pájaro!