La primavera llega sin prisa a mi ventana,
con su sonrisa azul, con brillos de esmeralda.
Y yo me asomo a ella en la quietud, callada,
con palidez de muerta, con mis alas quemadas.
Hay silencio en las calles, en calma, vaciadas.
¿Dónde están los vecinos que ayer alborotaban?
¿Dónde quedan las risas? ¿Los juegos, la algazara?
Ya no se ven los niños de paso presuroso
camino del colegio con brillo en la mirada,
cual tiernos pajarillos transportando esperanzas.
Me aquieto en el silencio, escucho a la mañana,
si acaso un leve trino, un piar con desgana.
Me esfuerzo, y sí, diviso, revuelos de alas blancas
en la hondura del pino enfrente a mi ventana.
Respiro y olfateo la brisa que me abraza
y lame las heridas de mi desierta casa.
Un día más, me reafirmo, para seguir viviendo,
para ver lo que pasa, sostenida en los rezos
que contienen el miedo, que alivian la nostalgia.
Un día menos, me digo, que me acerca a la vida
prendida en tu mirada, a los días sin fronteras,
al caminar con calma. Al beso y al abrazo
de amigos y familia que siento tanto en falta.
Al cálido refugio que brinda la palabra
Enfrente de la mía hay ventanas con alma,
con risas y con sueños y no puedo alcanzarlas.
Brilla el sol y en el cielo hay racimos de nubes
con signos comprensibles de amor y de esperanza:
<<Volverán los abrazos, ten fortaleza, aguanta…
Te encontrarás a salvo si te quedas en casa>>
Chari Llanos Pineda. (Derechos reservados)
(23 de marzo de 2020)