Desgrana la primavera y rememoramos, como todos los años, con voluntad proactiva, el ejercicio de esa facultad nuestra, la lectura, que nos ayuda a viajar por la senda de la utopía, la imaginación y la creatividad.
Así, esas recreaciones simbólicas y textuales, que interpretamos e interiorizamos en nuestra más profunda subjetividad, facilitan el descuido momentáneo de la terca y dura realidad, posibilitando que nuestro ánimo goce con fugaces periodos de felicidad.
Dice bien Irene Vallejo en su breve, pero denso “Manifiesto por la lectura”: “En estos días inciertos, cuando parece que los gritos se oyen más que los susurros, los libros siguen manteniendo vivo el diálogo silencioso de un par de ojos que escuchan la voz de unas hileras de letras. En los anaqueles de las bibliotecas, en las mesas de las librerías, en los tenderetes al aire libre, conviven juntos libros escritos en países adversarios, incluso en guerra unos con otros. Atlas físicos del mundo y manuales de interpretación de los sueños. Ensayos monográficos sobre microbios o galaxias. La autobiografía de un general al lado de las meditaciones de un desertor. Novelas posapocalípticas apiladas junto a utopías rebosantes de esperanza. Memorias con dosis de amnesia y ciencia ficción basada en hechos reales. Una evocación nostálgica y un relato de terror ambientados en el mismo día del mismo año. Los apuntes de una escritora trotamundos junto al diario clandestino de un encarcelado. Una crónica del primer amor en la tercera edad junto a la fantasía de un doble agente en la cuarta dimensión. Una novedad con la tinta todavía fresca y a su lado una obra que acaba de cumplir veinticinco siglos. Ahí no se conocen las fronteras temporales ni geográficas. Una librería, por minúscula que sea, es el mejor refugio para un cosmopolita. Y por fin, todos y cada una estamos invitados a este prodigioso viaje colectivo: extranjeros y autóctonos, personas provistas de trajes o tatuajes, pieles de color aceituna, maracuyá o nata, hombres que llevan moño o mujeres que llevan corbata. Eso se parece a una utopía.
Lo sabemos bien, lo narran los cuentos populares: las historias y los libros cobijan en su interior un mágico hechizo de protección, una fortaleza inmune para los humanos. Detrás de lo que hemos llegado a ser laten las rebeldías de generaciones anteriores. Leer es dar sentido al empeño de tantas maestras y bibliotecarios, de ilusos y soñadoras de nuevos mundos, de incontables Sherezades y Quijotes, de nuestros abuelos y bisabuelas que, en un país hundido en la posguerra, anhelaron mejores oportunidades para nosotros. Nos querían más inteligentes, más aladas, más lectores, más viajeras, más libres que ellos. Los libros son albergues de la memoria, espejos donde mirarnos para poder parecernos más a lo que deseamos ser. Estos frágiles universos son nuestra fuerza”.
¡Vaya nuestro mejor deseo y felicitación a los ávidos lectores, para que perseveren en su empeño y mantengan viva su afición durante toda la vida!